El suicidio: cuando el alma busca un respiro.
Hay silencios que pesan más que un grito. En cada rincón del mundo, y también en mi tierra salvadoreña, existen hombres y mujeres que caminan con una sonrisa prestada, mientras en su interior libran una batalla invisible. El suicidio no es un acto de cobardía ni una moda generacional; es el lenguaje extremo de un alma que ya no encuentra palabras para su dolor. La ciencia ilumina lo que muchas veces el corazón ya sospecha. La corteza prefrontal, guardiana de la razón y la planificación, se apaga cuando la desesperanza nubla las decisiones. La amígdala, encendida como fuego, amplifica el miedo y la tristeza. El hipocampo, cargado de memorias, revive escenas de traumas antiguos. Y la corteza cingulada anterior, esa que traduce el rechazo social en dolor físico, late como herida abierta. No es un capricho querer morir: es el cerebro mismo diciendo que la vida se siente insoportable. El suicidio no nace en soledad... Viene trenzado de múltiples hilos: La soledad de quien no encuentra...