Yo Soy, porque Dios dijo que Soy
En un mundo saturado de etiquetas, exigencias externas y espejismos del ego, este fragmento poético nos ofrece un retorno a la esencia, a ese núcleo indivisible de lo que verdaderamente somos. Las palabras que emergen “desde el alma” no son sólo una declaración poética, sino una afirmación existencial profundamente transformadora: “Yo soy, porque Dios dijo que soy”.
Desde una perspectiva de la psicología humanista, estas palabras no solo eleva el valor intrínseco del ser humano, sino que lo reconcilia con su origen divino. Nos recuerda que nuestra identidad más pura no nace del reconocimiento ajeno, ni del éxito, ni del error, sino del amor incondicional que nos constituye. Es aquí donde lo psicológico se encuentra con lo espiritual: cuando comprendemos que valemos no por lo que hacemos, sino por lo que somos y aún más, por quién nos soñó en existencia.
En investigaciones recientes de la Universidad de Harvard sobre psicología positiva y espiritualidad, se ha comprobado que las personas que se conectan con un sentido trascendente de identidad aquella que no depende de las circunstancias, sino de un valor incondicional tienden a mostrar mayores niveles de resiliencia emocional, propósito vital, paz interior y bienestar psicológico. Esta identidad espiritual no se construye, se descubre. Se trata de un “yo soy” que no necesita validación, porque ya fue declarado por una voz más alta que el ruido del mundo: la voz de Dios, del Amor, de lo Eterno.
Estas palabras es también una invitación a reconocer las dualidades que habitan en nosotros: “el aprendiz y el maestro”, “el herido y el sanador”. No somos unívocos, ni perfectos, ni acabados. Somos proceso, camino, historia en constante evolución. La verdadera salud mental, como lo sostenemos desde el enfoque humanista, no es la ausencia de heridas, sino la capacidad de mirarlas con compasión y transformarlas en luz.
Reconocerse como “templo vivo”, “misión”, “hijo amado sin excepción” es también una revolución terapéutica: nos levanta de la culpa, nos saca del narcisismo del dolor y nos posiciona en un lugar sagrado donde el alma puede volver a respirar.
La afirmación final “soy, simplemente… porque Él me amó primero” desarma todas las construcciones del ego moderno que vinculan el “ser” con el “hacer”. En tiempos donde el rendimiento define el valor, este mensaje poético nos salva: no eres lo que produces, ni tus errores, ni tus logros. Eres, porque ya fuiste amado antes de merecerlo.
Pregúntate: ¿Quién serías tú si dejaras de definirte por tus heridas, tus títulos o tus fracasos, y empezaras a verte como Dios te ve: completo, digno y amado desde antes de todo? Un abrazo fraterno de su amigo y psicólogo Jeovanny Molina.
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