RESILIENCIA: EL RENACER DEL ESPÍRITU ANTE LA ADVERSIDAD.

En la historia de la humanidad, pocas fuerzas han demostrado ser tan poderosas como la resiliencia. En mujeres y personas que han sido blanco de ataques, discriminación y maltratos, la resiliencia se convierte en un fuego que, aunque intenta ser apagado por la crueldad del mundo, arde con más intensidad en la lucha por la dignidad y la verdad. No es solo un término psicológico o un concepto abstracto; es la capacidad de reconstruirse sobre los escombros de la injusticia, es la fuerza de la mente, la sanidad de las emociones, la fortaleza del espíritu y la luz de la fe.

Las cicatrices que dejan el dolor y la injusticia no son solo marcas en la piel o en la memoria, sino testigos de una batalla librada en el alma. Las mujeres que han sufrido violencia y discriminación, así como todas aquellas personas que han sido silenciadas o humilladas por el odio ajeno, saben que la resiliencia no es un don que se recibe de forma pasiva, sino una elección que se toma todos los días. Es decidir seguir adelante cuando el miedo intenta paralizar, es sanar cuando el dolor quiere aferrarse, es seguir creyendo en la bondad cuando la maldad ha mostrado su rostro más despiadado.

Desde la psicología humanista, sabemos que cada individuo posee dentro de sí una capacidad infinita de transformación. Carl Rogers hablaba de la tendencia actualizante, esa fuerza interior que nos impulsa a crecer, a sanar y a trascender. Y desde la fe católica, encontramos en Cristo el ejemplo supremo de resiliencia: azotado, humillado y crucificado, Él nos enseñó que el sufrimiento no es el final, sino el principio de una gloria mayor.

La resiliencia emocional permite transformar el dolor en aprendizaje, la resiliencia mental ayuda a reformular la narrativa de la vida sin quedar atrapados en el trauma, la resiliencia psicológica nos guía en la reconstrucción de la autoestima y la identidad, y la resiliencia espiritual nos recuerda que hay un propósito más grande que el sufrimiento mismo.

Pero hay un aspecto fundamental que muchas veces se olvida en el proceso de sanar: las personas que nos rodean. La resiliencia no solo es un trabajo interior, sino también una decisión consciente de elegir con quién caminamos en este proceso. Mantén a tu lado a esas personas que, cuando necesitas ayuda, están ahí estrechándote las manos para levantarte, sosteniéndote cuando crees que no puedes más, impulsándote a sanar y a seguir adelante. Ellos son los verdaderos aliados en este viaje.

Por el contrario, aleja de tu vida a aquellas personas que solo están por interés, por conveniencia, por lo que pueden obtener de ti, pero que desaparecen cuando más los necesitas. No tengas miedo de cerrar puertas a quienes no suman a tu crecimiento ni respetan tu proceso de sanación. La resiliencia también implica aprender a soltar aquello que nos impide florecer.

Pero en este camino de renacimiento, hay una pregunta que cada corazón herido debe hacerse: ¿Estoy dispuesto a soltar el peso de la injusticia para abrazar el poder de mi sanación, rodeándome solo de quienes realmente caminan conmigo en la luz y no en la sombra del interés?

Sanar no significa olvidar, ni minimizar el daño sufrido. Significa no permitir que el pasado defina el futuro. Es un llamado a la acción para levantarse, para seguir, para ser luz en un mundo que, a pesar de su oscuridad, aún necesita de almas valientes que decidan florecer donde antes solo hubo cenizas... Un abrazo fraterno de su amigo y psicólogo Jeovanny Molina 

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