EL PODER TRANSFORMADOR DEL SUFRIMIENTO.
A lo largo de la historia, grandes hombres y mujeres han alcanzado la plenitud a través del sufrimiento. Jesús mismo nos dejó el mayor testimonio de ello. Aceptó su dolor, no como una derrota, sino como un acto supremo de amor y redención. Su cruz no fue el fin, sino el comienzo de una nueva vida, tanto para Él como para nosotros. Y así, en nuestras vidas, cada crisis es una oportunidad disfrazada, una puerta que se abre hacia una nueva comprensión de nuestra misión en el mundo.
Desde la perspectiva de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), el sufrimiento es una parte natural de la experiencia humana. No podemos escapar de él, pero sí podemos elegir cómo respondemos. ACT nos invita a aceptar lo que es inevitable, no como un acto de rendición, sino como un acto de coraje. Porque en esa aceptación, encontramos la libertad de actuar conforme a nuestros valores más profundos. Nos comprometemos no a eliminar el dolor, sino a vivir una vida significativa a pesar de él.
El mindfulness nos enseña a observar el sufrimiento con una mente abierta, sin juzgar ni resistir. Al hacerlo, descubrimos que el dolor no es tan abrumador como pensábamos, que no tiene que definirnos. En lugar de luchar contra él, lo abrazamos como parte de la vida. Y en esa aceptación, encontramos la paz. En medio de la tormenta, encontramos un ojo de calma. Porque cuando dejamos de resistir, dejamos de sufrir. Y cuando dejamos de sufrir, comenzamos a vivir con más autenticidad.
En nuestra fe cristiana, el sufrimiento no es un castigo, sino una participación en el misterio de la redención. Cada vez que enfrentamos una crisis, estamos invitados a caminar con Cristo, a compartir en su dolor y, eventualmente, en su gloria. Como nos recuerda San Pablo: "Sufro por ustedes en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo" (Colosenses 1, 24). No porque Cristo no haya sufrido lo suficiente, sino porque nuestra propia experiencia de dolor nos une más a Él, nos purifica y nos prepara para una vida más plena en su presencia.
Cuando miramos nuestras crisis desde esta perspectiva, el dolor adquiere un nuevo significado. Ya no es una barrera, sino un puente. Ya no es algo a lo que temer, sino algo a lo que dar la bienvenida, con la certeza de que cada herida se convertirá, con el tiempo, en una fuente de sanación. Porque Dios no nos deja solos en nuestros momentos de mayor oscuridad. Al contrario, es en esos momentos cuando más claramente se manifiesta su gracia. Como decía San Juan de la Cruz: "El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa". Es el amor de Dios lo que nos sostiene en medio del sufrimiento, lo que nos permite seguir adelante cuando todo parece perdido.
Hoy te invito a cambiar tu mirada sobre el sufrimiento. Deja de verlo como un enemigo y comienza a verlo como un maestro. Permítele enseñarte las lecciones más profundas sobre ti mismo, sobre tus valores, sobre tu propósito en la vida. No tengas miedo de sentir el dolor, porque es solo a través de él que descubrirás tu verdadera fortaleza.
Las crisis no te alejan de tu propósito, sino que te conducen hacia una mayor plenitud en cada aspecto de tu ser. Este es el mensaje que debes llevar en tu corazón. No importa cuán oscura sea la noche, la luz siempre regresa. No importa cuán grande sea la tormenta, siempre hay un nuevo amanecer. Y no importa cuán profundo sea tu dolor, siempre hay una promesa de plenitud esperando en el horizonte.
El dolor no es el final, sino el comienzo de una transformación que te acercará más a ti mismo, a los demás, y a Dios. Abre tus brazos y recibe la crisis como una oportunidad de crecimiento. Camina por el fuego con confianza, sabiendo que saldrás del otro lado más pleno, más fuerte, y más alineado con tu propósito en esta vida. Porque, en última instancia, cada crisis es una bendición disfrazada, un camino hacia la plenitud que Dios ha prometido para todos nosotros.
Un abrazo fraterno de su amigo y psicólogo Jeovanny Molina.
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