La valentía de la fe, el compromiso del alma y la gratitud del corazón
En un mundo donde la incertidumbre parece envolver cada paso que damos, hay quienes eligen la valentía como su brújula, la fe como su luz y el compromiso como su ancla. Son aquellos que, aún en medio del dolor, siguen dando con un corazón generoso, porque saben que la bondad no es un contrato con garantías inmediatas, sino una semilla que florece en el tiempo perfecto de Dios.
Ser valiente no es la ausencia de miedo, sino la decisión de caminar a pesar de él. La fe es lo que nos impulsa a avanzar cuando la lógica nos dice que no hay razones para hacerlo. Y el compromiso es la promesa silenciosa que hacemos con nuestra esencia, con nuestros valores, con Dios mismo. Porque quien permanece firme en su verdad, incluso cuando el mundo le ofrece atajos o recompensas fugaces, se convierte en un faro de esperanza en medio de la tormenta.
Prepararse para recibir lo bueno con gratitud no es solo una actitud positiva, sino una disposición espiritual. Es reconocer que la abundancia no es solo material, sino también emocional, mental y, sobre todo, espiritual. Es abrir los brazos a las bendiciones que llegan sin miedo a perderlas, porque confiamos en que Dios siempre provee.
Muchos anhelan recibir amor, éxito, paz y felicidad, pero pocos están realmente listos para recibir. ¿Por qué? Porque la preparación no se trata de simple expectativa, sino de una transformación interior. A veces pedimos más amor sin preguntarnos si nuestro corazón está libre de resentimientos. Pedimos oportunidades sin preguntarnos si estamos dispuestos a asumir la responsabilidad que conllevan. Queremos bendiciones, pero nos cuesta soltar el control y confiar en los tiempos de Dios.
Un buen corazón siempre da, incluso cuando duele. Porque el amor auténtico no mide, no negocia, no espera retribución inmediata. Da porque sabe que el dar es su propia recompensa. Sin embargo, ese mismo corazón, que ama sin condiciones, también tiene la sabiduría de reconocer cuando algo no es recíproco.
El amor no se trata de quedarse donde no hay crecimiento, ni de insistir en aquello que no responde con la misma verdad. Un corazón genuino no se aferra a lo que le roba la paz. Su generosidad no significa debilidad, sino fortaleza. Sabe cuándo seguir dando y cuándo soltar sin rencor, sin reproches, sin miedo. Porque soltar no es rendirse, es hacer espacio para lo que realmente nutre el alma.
En un mundo donde muchos dejan de amar por miedo a salir heridos, ser alguien que sigue dando es un acto de verdadera valentía. Amar, perdonar, servir, incluso cuando hemos sido lastimados, no es un signo de debilidad, sino de fortaleza interior. Pero esa fortaleza también incluye saber decir "basta" cuando una relación, un trabajo, un lugar o una situación nos roba la paz y el propósito.
El compromiso con la fe, la gratitud y el amor auténtico es un camino que cada uno debe elegir, no por conveniencia, sino por convicción. Así que hoy, te invito a preguntarte:
¿Estoy viviendo con la valentía, la fe y el compromiso necesarios para recibir lo que Dios tiene preparado para mí, o estoy frenando mis bendiciones por miedo, duda o heridas del pasado? Y, aún más importante, ¿estoy sosteniendo algo que me roba la paz, cuando mi alma ya sabe que debo soltar?
Que esta reflexión sea una llamada a la acción. Que no dejes que el miedo defina tu camino, que la fe sea más fuerte que la duda y que tu corazón permanezca abierto a todo lo bueno que está por venir. Y sobre todo, que nunca dejes de ser tú... Un abrazo fraterno de su amigo y psicólogo Jeovanny Molina.
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