EL VIAJE AL CORAZÓN DEL NIÑO QUE FUIMOS.
Cada año, el Día del Niño nos invita a rendir homenaje a la infancia, una etapa donde la pureza y la inocencia forman la base de lo que somos. Sin embargo, más allá de celebrar a los niños que vemos correr, jugar y reír, surge una pregunta que, como adultos, a menudo pasamos por alto: ¿Mi niño interior estaría feliz del ser humano que soy hoy?
Este simple cuestionamiento tiene el poder de abrir un diálogo profundo entre quienes somos ahora y ese ser lleno de esperanza y alegría que alguna vez fuimos. Aquel niño o niña que se maravillaba con las pequeñas cosas, que soñaba sin límites, y que amaba sin miedo. Esa parte de nosotros sigue viva, aunque a veces dormida, esperando ser escuchada.
En el ajetreo del siglo XXI, es fácil perder de vista esa conexión. Las obligaciones diarias, las expectativas sociales y la presión de cumplir con metas materiales pueden hacernos olvidar lo que realmente nos hacía sentir vivos. Los niños de hoy enfrentan un mundo distinto al que nosotros conocimos. Un mundo en el que los juguetes de antaño han sido reemplazados por pantallas y donde la imaginación muchas veces se ve opacada por la inmediatez de la tecnología. Y, sin embargo, su corazón sigue siendo el mismo: un espacio donde los sueños aún nacen y el amor aún florece de manera sincera.
Pero, ¿qué pasa con nosotros, los adultos? ¿Hemos olvidado esa chispa de pureza que alguna vez nos iluminó? Es fácil pensar que, con el paso de los años, las dificultades y las responsabilidades nos han obligado a dejar atrás ese lado ingenuo y esperanzado. Pero la verdad es que no hemos perdido nuestra capacidad de soñar ni de amar; solo la hemos enterrado bajo capas de racionalidad y pragmatismo.
Hoy, más que nunca, es necesario reconectar con ese niño interior. No se trata solo de mirar atrás con nostalgia, sino de permitirnos reavivar esa parte esencial de nuestro ser que nos recuerda que la vida es mucho más que cumplir con expectativas o alcanzar metas. Es recuperar la capacidad de asombrarnos, de emocionarnos ante lo simple, de amar con una pureza que no pide nada a cambio.
Si nos detenemos un momento y cerramos los ojos, podemos regresar a ese tiempo en que los días parecían eternos y cada nuevo amanecer traía consigo la promesa de una aventura. Pregúntate, ¿qué soñaba ese niño o niña que fuiste? ¿Qué anhelos guardaba en su corazón? Tal vez soñabas con ser astronauta, explorador, pintor o médico. Tal vez tus sueños no tenían una forma concreta, pero sí una esencia: la de vivir una vida auténtica, una vida que te hiciera sentir pleno.
El adulto que eres hoy, con todas sus virtudes y sus defectos, es el resultado de decisiones, caminos tomados y otros que quedaron por explorar. Pero la magia de esta reflexión radica en que no es tarde para reconectar con esos sueños. Porque si bien el tiempo avanza y la vida nos exige responsabilidades, siempre hay espacio para la autenticidad, para vivir en coherencia con lo que alguna vez deseamos.
El corazón de un niño guarda los sueños más puros, esos que no están contaminados por el miedo al fracaso o las expectativas de los demás. Y también guarda el amor más sincero, el que no necesita condiciones ni garantías. Como adultos, hemos aprendido a construir barreras, a protegernos del dolor y de la vulnerabilidad. Pero, ¿y si hoy, por un instante, derribamos esas barreras y permitimos que nuestro niño interior nos recuerde lo que es amar de verdad?
En este Día del Niño, te invito a que no solo celebres a los pequeños que te rodean, sino que también hagas un homenaje a ese niño o niña que vive en ti. Escucha su voz, reconecta con sus sueños, y pregúntate: ¿El adulto que soy hoy le hace justicia a sus deseos más profundos? Si la respuesta no es clara, no te preocupes. La vida siempre nos ofrece la oportunidad de volver a empezar, de ajustar el rumbo, de ser más fieles a quienes somos en esencia.
Así que hoy, deja que tu niño interior guíe tu camino. Permítete soñar de nuevo, amar sin reservas y vivir con la autenticidad que alguna vez te definió. Porque, al final del día, lo que verdaderamente importa no es cuánto hemos logrado, sino cuánto hemos sido capaces de mantenernos fieles a la pureza de nuestro corazón y de nuestra alma.
Un abrazo fraterno de su amigo y psicólogo Jeovanny Molina para todos los niños y niñas como también para todos esos jóvenes, adultos y adultos mayores que llevan a ese niño interior en su alma.
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