Un Camino hacia la Plenitud Espiritual.

 

 

En la profundidad de la vida cotidiana, nuestras interacciones son reflejos de nuestro estado interior. En cada gesto, palabra y acto, llevamos con nosotros la intención y la energía que hemos cultivado en nuestro corazón. Esto se manifiesta poderosamente en el principio: "El regalo que no se acepta, vuelve al dador". Este adagio nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del dar y el recibir, sobre cómo nuestras acciones no solo afectan a los demás, sino que también tienen un impacto profundo en nosotros mismos.

Desde la perspectiva de la psicología humanista, el acto de dar es una expresión de nuestra humanidad compartida. Es un reconocimiento de la dignidad y el valor inherente en cada persona, un acto de conexión que trasciende las barreras del ego y del interés personal. Sin embargo, cuando nuestras ofrendas, sean estas materiales o espirituales no son recibidas, el regreso de ese regalo a nosotros no debe ser motivo de frustración o desilusión. En cambio, debe ser visto como una oportunidad para reevaluar nuestras intenciones y para fortalecer nuestra capacidad de dar desinteresadamente.

Jesús nos ofrece una guía clara para nuestras acciones: "Haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti". Este mandamiento no es solo un consejo ético o una regla de oro, sino una invitación a vivir de manera congruente con los valores del Reino de Dios. Nos insta a tratar a los demás con la misma bondad, compasión y respeto que deseamos para nosotros mismos. En un mundo a menudo marcado por el egoísmo y la indiferencia, este llamado a la reciprocidad nos recuerda que nuestras acciones tienen un impacto poderoso, tanto en nuestra vida como en la de los demás.

Desde la espiritualidad católica, el acto de agradecer es una expresión fundamental de nuestra fe. La gratitud nos conecta con la fuente de todas las bendiciones, reconociendo que todo lo que tenemos es un don inmerecido de Dios. "Dad gracias en todo" nos enseña San Pablo, porque en la gratitud encontramos la verdadera paz y la alegría que solo Dios puede dar. Aquellos que viven con un corazón agradecido no solo reconocen las Bendiciones visibles en su vida, sino que también desarrollan la capacidad de ver la mano de Dios en cada circunstancia, incluso en las pruebas y dificultades.

Cuando agradecemos, abrimos nuestro corazón a recibir aún más de las riquezas de Dios. Este ciclo de dar y agradecer no es un mero intercambio material, sino un proceso espiritual que nos transforma y nos acerca más a la santidad. La gratitud, cuando es genuina, purifica el alma, liberándonos del orgullo y del apego a las cosas de este mundo y nos orienta hacia lo eterno.

En conclusión, el camino del todo ser humano está marcado por el arte de dar con generosidad y de recibir con gratitud. Al vivir este ciclo con conciencia y amor, no solo nos acercamos más a los demás, sino que también nos acercamos más a Dios, quien es la fuente de todo bien. Así, el regalo que no se acepta no es un fracaso, sino una bendición disfrazada, una oportunidad para crecer en virtud y para vivir más plenamente el mandamiento de amar a Dios y al prójimo. Que aprendamos a dar sin esperar nada a cambio y a agradecer cada bendición, reconociendo en cada una de ellas la presencia amorosa de nuestro Señor Jesucristo.

Un abrazo fraterno de su amigo y psicólogo Jeovanny Molina.

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